sábado, 22 de febrero de 2014

Capítulo Sexto - Ofertorio - Nos ofrecemos a Dios

Presentación de las Ofrendas (sentados)

Junto a la limosna que vas a echar al canastillo para colaborar con los gastos de la Parroquia o la comunidad que está celebrando, se produce algo muy importante en el altar.
En este momento presta atención para no perderte nada.
El sacerdote ofrece el pan y el vino que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Dice el sacerdote: bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida
Pon tu vida en la patena (casa, ocupaciones, trabajo, estudios, familia, amigos, todo lo que has hecho a lo largo de la semana, si tienes alguien enfermo o que ya no sale de casa…) y ofrécela a Dios como un regalo que Él santifica, junto a la ofrenda del sacerdote.
Así como transformará el pan y el vino transformará tu vida entera en la mayor obra de arte: tu propia santidad.
No dejes de decirle cada día en Misa en este momento: “Jesús, te ofrezco toda mi vida, te ofrezco todo lo que he hecho esta semana”.

Le toca ahora al vino, pero antes de ofrecerlo el sacerdote lo mezcla con unas gotas de agua, diciendo en secreto: “El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”.
¿Te das cuenta? Esas gotas de agua vienen a significar la unión que queremos tener nosotros con Jesús luego en la Comunión.
Tu vida, ofrecida y mezclada con la de Jesús, se convierte en algo santo, que alegra el corazón de Dios.
Jesús quiero unirme a tu cruz, como esta gota de agua se mezcla con el vino”. Y el resto de la semana procuraremos vivir como se lo decimos en este momento: siguiendo sus pasos, aunque a veces nos pueda costar un poco.

Oraciones secretas 
Hemos visto en varios momentos que el sacerdote dice en secreto, ¿qué significa esto? No es nada misterioso, sino una forma de decir en silencio, es decir que lo dice solo para Dios, y no para el resto de la gente. Son oraciones que el sacerdote dirige en nombre propio a Dios.

A continuación, dirá otra oración secreta inclinándose ante el altar: acepta Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.
Puedes aprovechar tú también este momento para ofrecer el sacrificio de reconocerte pecador, es decir, necesitados de la salvación de Dios. El sacrificio de un corazón que se reconoce herido y de un espíritu que en su pobreza se reconoce humilde.

Lavabo (sentados)



El sacerdote se lava las manos, diciendo, de nuevo, en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”. Y es que no podemos olvidar que si participamos en Misa es para fortalecer nuestra alma purificando nuestra alma, y que solo podremos comulgar si estamos en gracia de Dios, es decir, confesados y sin pecado mortal en nuestras almas.

Se lava las manos para pedir el perdón de Dios y la purificación, porque en poco tiempo, tocará el Cuerpo de Jesús.

 
Aprovecha tú para pedirle al Espíritu Santo que purifique tu corazón.


Invitación a la oración
(de pie)

El sacerdote nos invita a elevar nuestro corazón a Dios, y por eso nos ponemos de pie: orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso. A lo que todos contestamos: El Señor reciba de tus manos este sacrificio… recordando que la Santa Misa es la oración que dirigimos a Dios Padre.